ANILLO ESPECIAL

       Dicen que los anillos sujetan y aprietan, que en las mitologías te vuelven invisible y en la lucha social te comprometen. ¿Pero qué tan cierto es eso? Los hay para cada momento de la vida, no todos se usan en los dedos. Hay algunos que te hablan durante el día y te cantan en la noche. El mio era estupendo, esta de más hablar de su valor en quilates, de cómo había llegado a mí y también de si presentaba algún grabado.

        Era un anillo que no debería de ser visto por nadie más, pero sumamente necesario llevarlo conmigo. ¿Cómo podría llevarlo sin que nadie más lo viera? En los bolsillos ni hablar, pronto se me perdería. En los zapatos me incomodaría, después de meditarlo por un par de veces  encontré la solución: decidí sujetarlo a una cuerda y lo coloqué de forma que el cordón quedó en descanso sobre mi cuello. El anillo estuvo bailando justo en el centro, en mi pecho, resguardado, siempre cerca de mí, contaba los latidos de mi quejumbroso corazón y acariciaba mi piel que estaba fría y después caliente al sentir tan amena compañía.

        Sería demasiado egoísta decir que únicamente era un accesorio que me daba cierta seguridad, era tan inteligente, no tardó mucho en notar que yo en realidad le mentía. Todos los días al salir de casa para ir al trabajo, yo me encontraba con mis amigos,  platicábamos... pero no sólo nosotros, al parecer también los anillos tenían la capacidad de comunicarse entre ellos. El punto es que le habían contado que los anillos no se portan en el pecho sujetado por una cuerda, sino que más bien se llevan en los dedos.

        -¿Por qué me escondes, a caso te avergüenzas de mí?  Soy belleza en su máxima expresión, tus ropas me queman, me asfixian, necesito ver como tus delicados dedos tocan la guitarra, como coges el cigarro, ver tu rostro desde diferentes ángulos, de cerca y de lejos.

      Yo tuve que ser sincero, él no entendería que para mí  fuese un objeto que  representaba posesión,  obsesión,  vigilancia, sumisión. ¿Pero cómo decirlo? ¿Cómo se habla con alguien que está enojado? Así que sólo contesté con tres palabras, "Tú eres especial".  No me manifestó  nada, pasó la tarde y la noche, no quise pelear. Al día siguiente en el transcurso de la casa al trabajo, hablé con otras gentes y él  haría también lo mismo, ese día mientras caminaba por el parque pensando en qué podía hacer para recuperarle, me gritó desesperadamente que quería libertad. ¿Libertad?  Sí, me dijo que hay algunos cuantos igual que él y viven en cajas preciosas, buscando ser adquiridos por buenas personas que los obsequian a otras y les dan felicidad. Que debería ser llamado felicidad y no más anillo. Que yo era un mentiroso al llamarle de esa manera en lugar de felicidad; Confieso que semejante estupidez me hizo perder el control.

        -Eres compromiso, una prisión para los dedos, el causante de la avaricia de los humanos, yo... no quiero que seas igual a los demás, "tú... tú eres especial".

       Mis palabras resultaron duras, me sentí fatal, no paró de llorar hasta quedarse dormido. Comprendí que debía hacer lo que él quería,  así que mientras dormía, corté la cuerda y por primera vez lo puse en mi anular derecho, justo a mi medida. Cuando llegó el día siguiente, se veía contento, emocionado por conocer el mundo del que le había privado. Traté de hacerle plática y saber qué le parecía,  pero no  contestó a mis preguntas, ese día no caminé al trabajo como de costumbre sino que me dirigí al río más cercano, le dije que le daría libertad y felicidad,  no sin antes aclararle que libertad no era estar atado en un dedo y felicidad no era estar en una ostentosa caja de regalo, declaré que no era libertad, felicidad  o compromiso, que él era mi gran amigo. Poco a poco mientras me veía fijamente a los ojos lo fui sacando de mi dedo hasta que en cuestión de segundos ya se encontraba en el extremo de mi uña. Lo dejé así por un corto tiempo, tambaleándose... porque pensé que quería decirme algo.

          Nada, no dijo nada, así que lo tomé con mi otra mano, lo dejé caer sobre la corriente del río, que de un feroz bocado se lo tragó. Cuando no lo tuve más quise lanzarme al agua y pedirle perdón, pero eso significaría la muerte. Lo único que me dejó tranquilo fue saber que sobre el río cayeron algunas de mis lágrimas, y ahora dentro de toda esa inmensidad de agua se mezcla una pequeña parte  de mí que sigue cerca del anillo.

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