LA PERTURBADA MENTE DE UN CAMIÓN



      Mi vida era aburrida sin importar si fuera de día o de noche. Visitaba los mismos parques, escuelas e iglesias con igual monotonía. Tenía la esperanza de que algún suceso fantástico ocurriera: quizás ver un puente derrumbándose o por lo menos algún accidente automovilístico, nada de eso pasaba.

        En efecto, conocía toda la ciudad y sus avenidas principales tan bien como quien dice conocer a Dios. Siempre rodeado de muchas personas: ancianos, mujeres, estudiantes. Nunca nadie llamó mi atención. Las personas que había conocido durante mi vida no se interesaban en saber mi nombre o edad, después de todo, ¿por qué les debería de importar? 

        El joven sin sonrisa se subió justo en el centro de la ciudad, supongo que venía de la central de autobuses, puesto que nunca antes lo había visto. Era un muchacho tímido, poseía una mirada compungida, caminó hasta el final del pasillo y se sentó en una de mis múltiples butacas; en mi deplorable estado sería ridículo pensar que alguien se interesaba en mí.

       Sus ojos se abrían como los de un búho para observar cada mínimo detalle, se dio cuenta de la suciedad de mis ventanas y mis asientos rayoneados, me llené de vergüenza y no supe por qué.

       Contó el número de los pasajeros existentes y tomó apuntes en su cuaderno. Los demás viajeros iban tan distraídos que no se percataron de su extraño comportamiento. Yo creí que en cuanto pasáramos cerca del panteón sacaría una pistola y nos asesinaría a todos. A mí no me importaba morir, yo me aterroricé porque no quería que los cuerpos de los demás yacieran sobre mí, me aterraba la idea de convertirme en un féretro; pero poco a poco la gente comenzó a descender y nada de eso sucedió.

Comentarios

Entradas populares